domingo, 13 de septiembre de 2009





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La Costa

La imprudencia,
la imprudencia,
la falta de billete ante el puesto de revistas,
las mesas de las parrillas que ocupan la vereda nos deprimen,
la chica que atiende el puesto de marrón
pone Reincidentes a todo volumen.

En ojotas por las góndolas no se puede caminar,
las hebillas de moda no paran, no sirven,
no agarran bien el pelo.

La carreta carga-garrafa está construida
con una cuna de bebé oxidada y llantas de playera
celeste que le adosaron.
El kiosco es un problema compuesto;
pistolas de agua, patos que se inflan, colgantes de hello
kitty marinera, hello kitty escritora, hello
kity musulmana;
todas las hello respetando a la kioskera
que tiene un retraso mental de trece.
-No me vas a cobrar dos pesos, me vas a cobrar solamente uno si
cargué tres termos a la redonda
y no pagué más que una moneda...


Paseamos por el bosque que alquila caballos.
Es de una lógica milenaria
haber decidido domar a los caballos pero para nosotras
está claro, está a la vista
que hay un problema y es de tamaño.

Hacemos una caminata de dieciseis kilómetros para el lado de
Mar de Ajó,
para el lado de la lluvia intermitente,
para el lado del castillo en proceso de evaporación.
Las niñas son las sirenas,
los niños son los bomberos.
Las madres aplauden a los niños
que los padres llevan en hombros.

Hacemos una caminata de veinte kilómetros para el lado de
Mar de Ajó,
para el lado de la lluvia de hecho,
para el lado del hotel enorme con forma de cubo platinado
que tiene pedicuría, tiene cine y tiene spa,
no sabemos suponer si a sus huéspedes
les intriga salir al balneario.




Paula Peyseré, Las Afueras, Siesta, 2007.