domingo, 29 de noviembre de 2009





43

Los sapos surgen de la nada,
de la inexplorada nada,
que, sin tener nada,
echa sobre la tierra tantas cosas.
Pero, los sapos tienen toda la gracia,
su piel es fría, su piel es tibia,
los colores se mezclan inexorablemente,
van del gris, al verde, al azul, al negro,
a veces, hacia un celeste casi infinito,
o la espalda es anaranjada y moteada
como el curvo lomo de un hongo.
Tienen la lengua, larga como una víbora,
pero, se comen a los hijos de la mariposa
y a los huevos de la víbora.
A veces, un capullo amarillo
se les agarra de la espalda,
como una pequeña jazmina.
Viven bajo las hojas amparadoras
de los malvones y los paraguas,
por las calles donde las niñas
regresan de la escuela
bajo las siete lluvias del iris.
Cuando llamé vino uno solo,
todo gris,
plateado y bordado
como un mapa,
en la frente traía una patente,
un brillante,
éste venía con una perla,
cruzó la casa,
subió a la cama, saltó a la mesa,
escuchó las conversaciones de las tías y de las abuelas,
que, siempre, hablan al revés,
o cambiando una sílaba,
y vio otras cosas raras
que sólo sucedían en esta casa.
Pero, se fue,
desde nuestros ojos,
saltó otra vez, a la encantada lluvia,
que dibujaba cosas absurdas,
liebres y madonas en la pared.


Marosa di Giorgio, Los Papeles Salvajes. Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2008, pág. 201-202